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Noviembre es un mes especial, porque marca el sexto aniversario de lo que en su día llegó a mi vida como la idea más radical: empezar a meditar.
Era 2017, habían pasado cinco meses desde que Rowan y yo nos mudáramos juntos a Valencia tras 3 años viviendo en su (no poco lejana) tierra natal, y un día cualquiera en el sofá entre abrazos de algodón, llegó la frase a la que tanto le temía:
“Elena… creo que esto no va a funcionar”.
Me dijo.
“Sabía que este momento iba a llegar… ¿Qué quieres hacer?”.
Contesté.
“No lo sé, pero voy a empezar a buscar oportunidades por Europa”.
Añadió.
“La verdad es que no me apetece nada otro cambio de vida, pero si es lo que necesitas, adelante”.
Apunté.
“Eso sí, donde quieras menos Londres”.
A las dos semanas, llegó a su bandeja de entrada la oportunidad que tanto deseaba, y en lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, aterrizábamos en la capital del cielo gris con un nudo en la garganta, dos corazones sedientos de hogar y una eterna página en blanco en la que empezar a dibujar.
Cada vez que lo pienso recuerdo tan vivamente la sensación… no sabía quién era, ni qué quería, ni adónde iba.
¿Cuál es mi lugar?
¿Qué hago con mi vida?
¿Qué intenta decirme esta voz interior que cada vez esta menos dormida?
La lavadora mental incesante me animó por fin a sentarme en silencio. A traer ese poco de calma que mi corazón tanto ansiaba en tal fuerte espiral. Ese foco de paz en el centro del huracán donde estamos a salvo. Y no decepcionó.
Ser espiritual es algo muy personal.
Es difícil ponerlo en palabras, y quizá si esperáis algo transcendental os decepcione mi punto de vista, pero en mi realidad esto en su pura esencia no es más que abrazar nuestra humanidad.
Es amar sin barreras sin ser selectivos. Es mirar hacia dentro y hablar sin tapujos con nuestros fantasmas. Atrevernos a ser de verdad ese cambio que tanto anhelamos, sin subir a ningún pedestal.
Es andar el camino y tender nuestra mano a quien la necesite. Soltar esas capas que nos agrandan y tener el valor de hacernos pequeñitos. De dar un paso atrás y dejar que los que brillen más sean más los demás. Y si por lo que sea su luz ya no brilla utilizar la nuestra para encenderla, y no para apagarla aún más.
Meditar es un recordatorio diario de nuestra verdad.
Poner en modo avión todas las distracciones y sentir el abrazo del niño interior. El que siempre está dentro con tantas heridas aún por sanar. Bajar el volumen al crítico interno y con cada suspiro sentir la verdad; que tú y yo somos uno y lo mismo, y que aunque las pantallas nos quieran distanciar nos une lo más poderoso: nuestra humanidad.
Si estás ahora presente mientras lees esto quizá lo percibas, ese fuego interno que sin hablar define a la perfección ser espiritual. Abrirse a la vida con lo que venga y sentir tan profundo que cueste explicar. Dejarse llevar. Ver los colores que un día no estaban con más claridad. Dejar de correr hacia el lado opuesto de la oscuridad y abrazarla de frente, y saber que la única luz que la puede alumbrar es la que llevas dentro. Que a veces se cubre con kilos de polvo y nos hace pensar que quizá se ha apagado, pero eso no es cierto.
La luz de tu ser brilla siempre con fuerza y nada en el mundo podrá con ella.
Pero es importante reunirse a menudo con su calor para no confundirlo con las que hay afuera. La tuya es distinta; es única y fuerte y en su protección está tu salvación.
Y en algo tan grande y a la par tan sencillo me atrevo a resumir este largo camino.
En ser buena gente y mirar hacia dentro y ser uno mismo sin miedo al destino.
Conectar el corazón al más fuerte altavoz y llevarlo a la vista sin protección. Y poner en silencio a esa otra voz que a gritos nos confunde y nos hace creer que entre tú y los demás existe tanta distancia, porque aunque no se vea nos une la fuerza más poderosa, y en nuestra interdependencia es donde está la magia.
Descubrir cada día un nuevo significado de lo que es el amor, y sentirlo de tantas maneras y dimensiones que abra nuevos caminos a la pasión. Por vivir y sentir y exprimir cada día como si fuera el último, o más bien el primero.
Salir cada mañana de un salto de la cama sintiendo en el pecho ese sol ardiente, y saber que hasta cuando nos duele, nuestra propia existencia ya es suficiente.
Que todo es tan simple como volver a casa cuando nos perdemos, sabiendo que casa no es más que el calor que sentimos cuando pertenecemos. Cuando hay pura fusión entre mente, acción y corazón, y entonces soltamos; se despliegan las alas y con tal ligereza por fin volamos. Por cielos eternos de nuevas promesas que dan rienda suelta a nuestro potencial, y entre nubes y estrellas nos muestran los rayos del sol que nos llevan de vuelta a la gran verdad; nuestra humanidad.
O como a veces nos gusta llamarlo para encriptarlo: nuestra Espiritualidad.
Si tienes sed de más, dale al play y disfruta:
Y si puedes dedica un momento a explorar lo que sale con esta pregunta:
¿Qué es para ti la espiritualidad?
Os mando mucho amor, y gracias de corazón por todo vuestro calor💙.
Elena x
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La sutileza y delicadeza que se siente en cada palabra es como un abrazo al alma que se sintió escuchada. Gracias por este bello texto.